Los vuelos aéreos son una estupenda ocasión para reflexionar y hacerse preguntas profundas o frívolas, a elegir.
Al fin y al cabo te asignan un asiento, te empotran entre un rebaño con otros pasajeros, y son dueños de tu vida durante el trayecto: no puedes irte, no puedes cantar, no puedes ejercitar tus músculos, no puedes telefonear y para más inri debes aguantar con estoicismo las colas de entrada, las demoras, las turbulencias, las esperas al salir y la incertidumbre del estado de tu maleta.
Mis preguntas favoritas y recurrentes, en tono de humor, giran en torno a cuestiones tales como las siguientes, que seguramente a usted también le han dado que pensar.
- La razón de que todos hagamos cola para embarcar con un sistema de preferencias diseñado para fortalecer egos, pese a que el avión no partirá sin ninguno y pese a que todos llegaremos al mismo tiempo al destino.
- La razón de que la inmensa mayoría de los pasajeros agote el uso del teléfono móvil hasta el mismo momento del despegue y que se lance a usarlo apenas toca pista de aterrizaje.
- La razón de que las azafatas informen una y otra vez de cómo hinchar el chaleco salvavidas o flotador, y donde están las salidas, pese a que casi nadie atiende. Aunque he de admitir la utilidad en mi reciente vuelo de Asturias a Madrid de la advertencia de colocación del salvavidas ante el riesgo lógico de caer en una piscina o en el río Tajo.
- El que debamos confiar en que ningún pasajero de viaje anterior se haya llevado el chaleco salvavidas por aquello del abuso de tanto desaprensivo que se lleva lo gratis por egoísmo, por hacer la gracia o para mostrarlo en youtube.
- La razón de que los asientos no estén orientados al revés, como los trenes o como van los azafatos/as, ya que así se minimizarían los impactos o aterrizajes forzosos, sin necesidad de asumir la posición de refuerzo inclinado hacia delante y protegido con las manos.
- La razón de que nos veamos obligados en mitad del viaje a cerrar el chorro de aire fresco que nos ataca desde el techo, y que se ceba en personas con calvicie o primorosamente peinadas.
- El hecho de que no exista un sistema de resolver los conflictos de la forzada vecindad, cuando no existe educación, en cuanto al uso del reposabrazos, la luz interior o la cortinilla de la ventanilla lateral.
- La razón de que si el pasajero de delante echa el asiento hacia atrás no hagamos lo propio con nuestro asiento aunque quedemos emparedados.
- La razón de que sigan ofreciendo amablemente un amplio catálogo de bebidas y alimentos asiento por asiento, carrito por el pasillo, pese a que sería mejor que los pida el que los quiera a la vista del escaso consumo en los viajes cortos.
- Y llegado el caso de almorzar en avión, me pregunto si forma parte de un programa de adaptación a vida carcelaria con raciones mínimas, sabor a plástico, en bandejita, con envoltorios que cobran vida propia y se expanden sin mano capaz de sujetarlo mientras la otra maneja esos peligrosos cubiertos de plástico.
- El motivo de que se vendan bebidas alcohólicas en el viaje cuando no resultará fácil para un borracho ponerse e inflar el chaleco salvavidas en treinta segundos.
- La razón de que se apaguen las luces al aterrizar… ¿qué no quieren que veamos?
- La razón por la que cuando el avión ha aterrizado nos apresuramos a soltar el cinturón y ponernos en pie, aunque tengamos que inclinar la cabeza por la proximidad del techo, y nos apelotonemos en el pasillo como si fuese limitado el número de pasajeros que podrían salir.
- En fin, que si llega un momento de riesgo o caída, al menos en ese instante todos los pasajeros seríamos iguales. Preferentes y turistas. Los de la business class y los de Rolex, y los de MacDonalds, los de traje y los de alpargata, todos en caída libre. No se cumpliría aquello de los primeros en entrar serían los últimos en salir. Ni grupo A, B, 1, Class, etc. No.
Y es que, ya fuera de los viajes aéreos, para el otro barrio todos tenemos tarjeta de embarque y no hay riesgo de overbooking.
Así que, sabiendo que el riesgo de morir en accidente aéreo es menor que el de perecer por la coz de una cebra, creo que mejor es no pensar tonterías y ocuparnos del vuelo de la vida, y vivirla con la sonrisa puesta.
O sea, disfrutemos de todos los vuelos, del avión y de la vida cotidiana, no sea que por pensar en donde venimos o donde vamos, no gocemos del presente.
NOTA FINAL. Sobre mis otras reflexiones en esos templos de reflexión que son los aeropuertos, aquí pueden verse otros ejemplos:
Perder el avión: no me puede pasar a mí
El placer de superar absurdos controles aéreos
Sufriendo la teoría del caos en el aeropuerto
¡Cuánta razón tienes José Ramón! Y ahora tendríamos que sumarle la intriga de cuánto habrá pagado el que va sentado junto a nosotros porque puede que sea la décima parte de lo que pagamos nosotros, jejeje..
Buena semana
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