Leo en la última entrega de la espléndida colección de ensayos sobre neurociencia del Catedrático José Ramón Alonso ( “Un esquimal en Nueva York y otras historias de neurociencia», Ed. Guadalmazán, 2016) que “la risa es un elemento clave del cortejo; cuanto más ría una mujer en un encuentro, más interesante le parece su pareja de conversación, y de forma complementaria, los hombres están mas interesados en las mujeres que ríen delante de ellos (…) En las páginas de contactos las mujeres demandan con más interés parejas “con sentido del humor” o “que les guste reír” mientras es más habitual que sean hombres los que incluyan esta oferta en su perfil”.
Al margen de la base científica que nos ofrece el autor en su obra, y teniendo claro que para seducir no basta con sonrisas bobaliconas, todos sabemos del poder de la sonrisa.
Ya se tratase de los soldados que acompañaban a Colón al pisar la playa y descubrir a los indígenas, ya se tratase del vendedor de enciclopedias que intenta le franqueemos el paso de nuestro hogar, del alumno que se examina, o de nuestra primera cita, todos hemos aprendido que una sonrisa ayuda a triunfar, y a la inversa, un mal gesto nos empuja al fracaso.
Quizá es algo que aprendemos de bebés, cuando todos reciben nuestras sonrisas con alborozo y jueguitos. O cuando en la infancia percibimos que la sonrisa es un gesto de paz frente al ceño fruncido que demuestra hostilidad.
Pese a esta evidencia, no es extraño tropezarnos en la vida con personas enfurruñadas, con personas que atrincheradas en una ventanilla, policías que detienen nuestro vehículo o camareros que acuden a nuestra mesa, profesores o incluso sacerdotes, que se muestran como lo que gráficamente los extremeños califican de “perro mal almorzado”.
El problema es que si la risa es contagiosa, me temo que el malhumor también y por eso huyo de esas personas, especialmente cuando tengo que compartir un banquete, acto social o reunión. Piense en usted mismo:¿ prefiere que le opere del corazón el cirujano desconocido que le sonríe o el cirujano taciturno con cara de piedra?.
Es preferible ir siempre con la mano tendida, con la suspicacia enterrada y pensando en positivo. Una sonrisa ayuda al contacto visual y emocional. No concibo el trabajo en equipo con personas que no sonríen como tampoco entiendo una pareja que se ame y sin sonreírse en la intimidad, aunque no hablen.
Tampoco entiendo los ejecutivos, abogados o negociadores que antes del debate no se estrechan la mano mientras esbozan una sonrisa. Ese es el primer paso para la concordia.
Nuestra sonrisa es nuestro embajador, que nos abrirá paso y cosecharemos eso tan valioso que es la empatía y la cordialidad.
Si alguien no nos agrada o la situación nos incomoda, bien estará ofrecer una sonrisa misteriosa y reservada, a lo “Mona Lisa”, una manera de decir: «no abro hostilidades, pero no me engañas».
Y si estamos solos y sonreímos, esa es la prueba infalible de que tenemos motivos de felicidad.