Leo una deliciosa entrevista a Howard Gardner, prestigioso neurocientífico estadounidense y profesor de Harvard en que afirma algo que me hace reflexionar: “las categorías de tonto o listo no cubren la diversidad del talento humano”.
Y es cierto. Desde pequeños nos enseñan a categorizar la fauna humana como listos y tontos, personas con gracia y desgraciados, personas exitosas y penosas… pero lo curioso es que todos nos consideramos muy listos y nos atrevemos a repartir credenciales de listos o tontos con petulante seguridad.
A veces consideramos listo al que tiene éxito profesional, otras económico, otras al que sobrevive sin dar palo al agua, e incluso somos tan tontos que consideramos listo al que la masa y la opinión pública dice que es listo.
Personalmente, siempre me he quedado con la definición de inteligencia como la capacidad de resolver problemas cotidianos, sea cual sea la herramienta que le ayuda: formación, experiencia, intuición… En cambio poco inteligente es quien no sabe tomar decisiones o las elude o agrava las situaciones críticas.
Ser inteligente no es cuestión de titulaciones, ni de reconocimiento social, ni de haber leído mucho o tener dinero. No. Es cuestión de reflejos mentales. Esto es, de saber salir de encrucijadas y atolladeros con el menor daño propio y ajeno, pero no a cualquier precio. Hay que resolver problemas con el respeto de los demás.
El profesor añade otra perla:
En realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.
Y es cierto. Creo que era Oscar Wilde el que decía que para ser funcionario había que ser un caballero, y si no se era un caballero, cuanto mas se supiese, peor. Y ello, porque la llamada inteligencia emocional o capacidad de comprender el punto de vista ajeno, aunque no se comparta, es la máxima expresión de la inteligencia. De un lado, requiere jugar con la hipótesis propia de estar equivocado (o sea, humildad intelectual) y de otro lado, requiere paciencia y esfuerzo por entender al otro, o sea, respeto por la opinión ajena.
Esa habilidad no se enseña en los colegios ni en los libros. Se tiene y educa con el esfuerzo personal de conocerse a sí mismo y sus limitaciones, que ayuda a ser humilde. Los soberbios no escuchan. No les interesa la opinión ajena ni cambian la propia, y además no agradecen nada.
No hace mucho tuve ocasión de presentar en un acto público a un viejo compañero que nunca fue un ejemplo de generosidad, probidad ni caballerosidad. Sin embargo, dada su edad y precaria salud, opté por presentarle elogiosamente a base de optimizar sus pocas virtudes y minimizar sus enormes defectos, ofreciendo una visión amable y luminosa de su pasado, indultándole de sus pecadillos y maquinaciones.
Así y todo, tras mi generosa presentación, el interesado intervino con absoluta displicencia y arremetió contra todo quisque, como dicen en Extremadura, como “perro mal almorzado” y no fue capaz ni siquiera de leer entre líneas de los breves y apagados aplausos que le dispensaron y que demostraban que a nadie le gustan personas desagradecidas o críticas contra todo lo que se mueve.
Me dio lástima su actitud, y cuando me indicaron otros amigos que no se merecía mis elogios, repuse que bastante desgracia tenía con ser así y que prefería el papel de abogado al de fiscal. Al fin y al cabo, el interfecto siempre había sido así y nunca cambiaría.
Lo comento porque me he tropezado en la vida con humildes personas de inteligencia admirable pero también con personas encumbradas en cargos que tenían eso tan castizo que se llama “mala baba” y que antes o después sufren la penitencia de eso que se llama soledad.
Estoy pensando ahora en cierto catedrático cuya oscura reputación le precede y solo se ha granjeado enemigos. Ha confundido respeto con temor y piensa que es feliz por los dígitos de su cuenta bancaria.
Sin embargo, me temo que estos especímenes sufren en soledad. La soledad de no sentirse apreciado. De no sentirse llamado por amigos. De no sentirse invitado a actos donde tu presencia es grata. De mirarse al espejo y ver un rostro perverso. De no dormir a pierna suelta. De no saber disfrutar de un paisaje, un niño o una tertulia. Esa soledad acaba reconcomiendo al soberbio en su rincón, y se olvida algo que el profesor Howard recuerda en su entrevista, que “la juventud no vuelve”, que no hay una segunda ni tercera juventud, o lo que es lo mismo, que el tiempo no nos da la segunda oportunidad de revivirlo. Y ya sé que no debe importarnos ser el menos visitado del cementerio, pero algo debe importar que cuando te visiten en vida sea por amor, amistad o ternura (y no por interés ni temor, claro).
En fin, que ser inteligente y buena persona no va unido, y si en nuestras manos no está la inteligencia, al menos si la bondad. Todavía no es tarde.
Exelente entrevista y ewxcelente comentario, según mi parecer. Que tengas esos valores y esa mirada me llena de esperanza en que no todo está perdido.
Se dice que si le das un consejo a un sabio, lo haces más sabio; y si se lo das a un necio, te ganas un enemigo
Pero en lo que comentas, creo que se da un debate subyacente
Debemos ser amables y condescendientes en todas las situaciones?
Personalmente, he tomado la decisión de que no. No pasa por ser mala persona o mal educado. Pasa por no ceder terreno a la inmoralidad, a la corrupción, al abuso, al maltrato, a la vulneración de derechos y tantos etc.
Muchas veces pecamos de ser politicamente correctos, de ser educados, amables, etc y etc y estamos haciendo el caldo de cultivo de cosas que luego nos quejamos.
Nos quejamos que el gobierno nos invade las finanzas, ok; y que hacemos ante el hecho que el presidente del gobierno sea el presidente de un partido politico que ha sido calificado judicialmente como participe y responsable de una organizacion criminal? Somos conscientes que ese presidente representa todo el Estado? pensamos que eso involucra a todo aquel que de una u otra forma sea miembro de ese Estado?
Somos listos o tontos? Somos inteligentes? Creo que verdaderamente el tema no pasa por ahí
Dentro de nuestra bondad e inteligencia, estamos programados a vivir dentro de unos paradigmas; y no nos aninamos a mirar fuera.
Tenía razón aquél con lo de las sombras de la caverna?
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Es un artículo utilísimo a la par que sincero. Tuve la suerte de asistir al mismo acto del que habla José Ramón y fue tal cual. Espectacular el relato. Doy fe. Sabios consejos los de nuestro amigo.
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¿INTELIGENCIA SIN BONDAD? NO, GRACIAS. PARA ESOS ESTÁN LAS MÁQUINAS
INTELIGENCIA, del latín intelligens, significa “el que entiende” (intus -dentro- y legere, -leer-). Por eso, el inteligente lee los “signos vitales” de la existencia para lidiar efectivamente con la realidad. Y cultiva el hábito de preguntarse por qué las cosas son como son, y si no podrían ser de otra manera; por qué hacemos esto y si podríamos hacerlo mejor, diferente.
BONDAD, del latín bonitus, significa «cualidad de bueno» (bonus -bueno- y tat -cualidad-). Virtud que ilumina y mejora la inteligencia pues le sirve de brújula y orientación en un mundo, como el nuestro, caótico, desvalido y deshonesto. Por eso una inteligencia sin bondad deviene en egoísmo, manipula, se pervierte y usa a otros para intereses propios. De hecho quién es capaz de engañar, mentir o dañar a otras personas (anversos de la bondad), para beneficiarse, no es buena persona.
SIN EMBARGO, en la práctica, LA BONDAD SE ASOCIA FÁCILMENTE CON LA TONTERA («llega a ser tonto de puro bueno que es») MIENTRAS QUE LA MALDAD SE SUELE VINCULAR CON LA INTELIGENCIA (se suelen decir muchas cosas sobre el Diablo pero no que es un idiota). NADA MAS LEJOS DE LA REALIDAD.
El filósofo lituano Emmanuel Lévinas, prisionero en un campo de exterminio alemán, narra de qué modo la tortura, el asesinato y la humillación sistemática destruían todo resquicio de humanidad entre los presos. Fue la mirada de «Bobby», un perrito que se acercaba todas las mañanas a saludar a los presos con sus joviales ladridos, la que les devolvió la noción de que lo que significa ser humanos. “Para Bobby – escribe Lévinas – no había ninguna duda de que nosotros éramos hombres».
Pues bien, del mismo modo que un perro salvó al hombre en Auswich, EL HOMBRE ÚNICAMENTE HUMANIZA Y SE HUMANIZA CON BONDAD Y EN CONTACTO CON LOS DEMÁS. En este sentido:
Afirma el filósofo José Antonio Marina, con enorme acierto, que LA CULMINACIÓN DE LA INTELIGENCIA NO ES EL CONOCIMIENTO SINO LA BONDAD. Y POR ESO EL BUENO NUNCA ES TONTO.
Refiere Roberto Bolaño, al responder a la pregunta de ¿CUAL ES LA CUALIDAD QUE MÁS APRECIA DE UNA MUJER?: «LA INTELIGENCIA Y LA BONDAD, IGUAL QUE EN LOS HOMBRES.. En tercer lugar el humor, aunque si hay inteligencia y bondad el humor se da por añadidura».
Y concluye el escritor Ray Loriga que «NINGUNA ACCIÓN QUE IGNORA POR COMPLETO EL TERRENO DE LA BONDAD ES UNA ACCIÓN INTELIGENTE, PUES INTELIGENCIA Y BONDAD SON UNA Y LA MISMA COSA»,
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Amigo JR: Escribí algo sobre esto. ¿Qué te parece? ¡¡Muchas gracias!!
Desde Beethoven a Howard Gardner: sobre las buenas personas https://dametresminutos.wordpress.com/2016/12/26/desde-beethoven-a-howard-gardner-sobre-las-buenas-personas
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