Un puente en Génova se derrumba y los vehículos que transitaban se precipitan al vacío con sus sueños y futuro.
Una plataforma del puerto de Vigo con una multitud apiñada esperando un concierto se hunde con 300 heridos que ven la fiesta convertida en tragedia.
Un puñado de los que inician o finalizan sus vacaciones no llegarán a su destino.
Unas bacterias infecciosas que no vemos ni conocemos sus planes pueden truncar los nuestros sin que podamos evitarlo.
Una intoxicación por el almuerzo veraniego, víctima del campo de minas de falta de higiene, puede arruinarnos las vacaciones.
Un traspiés, despiste o golpe, puede cambiar nuestros planes o ponerles fin.
Los cortes, quemaduras, caídas o golpes los sufren quienes no los esperaban pues acechan al mas prudente.
Y así la vida nos va ofreciendo ejemplos del azar cruzándose en nuestras vidas aunque no queremos percatarnos que nuestros planes de jubilación, nuestro afán de ganar más, mandar más, ser mas bellos o listos, penden de unos hilos que no controlamos. Tenemos el ego tan inflado que nos creemos inmunes, que no nos va a tocar a nosotros y que seremos longevos y sanos.
Pero puede que estemos equivocados porque nos rodean las sorpresas.
No solo debemos aprender de nuestros errores, sino de los errores de los demás y como no, de lo que la caprichosa vida depara, sin culpables.
Eso no debe llevarnos a la lectura frívola del carpe diem, del todo vale, de ser egoístas, de abandonarse al placer y rechazar el esfuerzo. No. En absoluto. Solamente nos basta con ser consciente de la fragilidad del puente que nos lleva al futuro.
Solemos sentirlo cuando fallece o sufre alguien querido, o cuando nos golpea con saña la casualidad, o cuando nos enteramos de una catástrofe. Pero pronto se evaporan esas sensaciones. Lo mismo que cuando un conductor observa un aparatoso accidente de tráfico en la cuneta con policías y ambulancias, se ha comprobado que continua su viaje con deliberada lentitud y prudencia, pero a los pocos kilómetros vuelve a pisar generosamente el acelerador.
Es preciso tener claro que no hace falta esperar un accidente o enfermedad para reorientar la vida.
No debe preocuparnos como ni donde terminaremos sino como nos sentimos y vivimos cada momento. Eso es real. Ni anclado en el pasado ni suspirando por el futuro.
Y sobre todo, tener presente que hay sorpresas que nos preocupan y dañan, pero también sorpresas que nos ilusionan y disfrutamos. Una vida sin sorpresas no es vida.
Así que aceptemos las sorpresas, que vienen solas. Lo bueno es que no estamos solos, ni para torear los malos ratos ni para disfrutar los buenos, y por eso es tan importante rodearse de buenas personas, porque nos ayuda a sentirnos seguros en el caos.
En fin, como comenté, la vida te da sorpresas, pero la sorpresas te dan la vida.