Leo en la biografía del actor Michael Caine (“Mi vida y yo”, Ediciones B) como relata su primer encuentro en 1971 (tenía entonces 38 años) con la que sería su esposa dos años después y hasta la fecha, Shakira. Lo curioso es que se enamoró de ella cuando la vio en un anuncio televisivo de café e indagó su paradero hasta enterarse de que era india y conseguir su teléfono para presentarse e invitarla a cenar en su casa.
Eran momentos de eso que suele calificarse bellamente como de “trémula emoción” (y que lo sienten hasta los que no conocen su significado, aunque la Real Academia señala que “trémulo” según la Real Academia es el “movimiento o agitación semejante al temblor; como la luz de una vela”). Oigamos al genial actor en una situación en que “le cuesta actuar” y confesarnos su angustia.
1. Se ve que el narrador autobiográfico tiene grabada a fuego la escena:
Aún quedaban otras veinticuatro horas largas de espera. La ansiedad me destrozaba, pero me apresuré a matar el tiempo con un par de botellas de mi veneno habitual. Y allí estaba yo a la noche siguiente, bañado, afeitado y absolutamente sobrio, esperando que llegasen las ocho y sonase el timbre de la puerta. Era difícil; era lo que más me crispaba los nervios. Pero como se trataba del primer encuentro, no podía beber ni fumar. No quería aromas desagradables en torno a mí. De hecho todo el piso olía a las velas perfumadas francesas que por entonces estaban de moda en Londres, y me unté con la loción para el afeitado que era el último grito, y la boca me ardía porque me la había enjuagado cada media hora durante todo el día, y ya en el último minuto aún me apliqué el aspersor bucal Binaca.
Me senté en una butaca frente al televisor, pero no quise conectarlo por si acaso no oía el timbre de la puerta. Al cabo de un rato noté que me sudaban las axilas. Me entró el pánico. Corrí al baño, me rocié abundantemente la camisa con loción y volví a sentarme. Miré el reloj: ya eran las ocho. No tardará, pensé, y justo me había relajado para un respiro de dos minutos cuando el timbre de la puerta sonó en mis oídos como un grito ensordecedor.
Me levanté despacio y caminé hacia la puerta, dispuesto a presentar lo que en broma llamaba mi aspecto de “hombre de mundo”, pero algo hizo que se me bloquearan las rodillas y mis piernas se pusieran a temblar. Me las arreglé para llegar hasta la puerta, y agarrado al picaporte, esperé a que se restableciera el mecanismo de mis rodillas mientras por la mirilla obtenía la primera visión en carne y hueso de aquella chica llamada Shakira”.
2. Me parece un fragmento divertido, revelador y sugerente.
Divertido, porque muestra un personaje de mundo, de buena planta e inteligente, quien sucumbe como un colegial ante un flechazo y sufre la zozobra propia de una primera cita.
Revelador, pues el enamoramiento, el deseo o ansiedad, nos convierte en nuestros peores fiscales y deseamos ofrecernos perfectos.
Y sugerente, porque nos ayuda a comprender la relatividad del tiempo, ya que todos los que hemos sufrido esa espera angustiada comprobamos la elasticidad de los minutos y las horas.
3. Es cierto que hay otros momentos de intensa “trémula emoción”: cuando se asiste al nacimiento de un hijo; se está a punto de intervenir en un acto público; se va a realizar un examen o enfrentarse a una prueba académica o profesional relevante; se va a colocar el punto y final a una obra o publicación propia, o se espera el resultado de unas pruebas clínicas (Woody Allen afirmaba que la palabra mas bonita del mundo era “benigno”).
E incluso cabría hablar de una “trémula emoción” de perfil mas bajo respecto de algunos cuya agitación interior se despierta en la espera del coche nuevo, cuando Hacienda “pasa de largo” sus cuentas, cuando su equipo favorito se la juega en un partido de finales o cuando sencillamente se espera abrir los regalos recibidos por aniversarios, cumpleaños o navidades.
4. Sin embargo, perdonadme que prefiera esa trémula emoción del sentimiento amoroso en vísperas de la primera cita, y que provoca un zafarrancho hormonal, y altera la percepción y valoración de las cosas.
Esa alteración de nuestra visión se evidencia si, como sucede a veces, esa primera cita es desastrosa y se cometen errores imperdonables, se trunca la relación naciente con los siguientes encuentros (pues la segunda impresión puede borrar la primera) o cuando, con el tiempo comprobamos que entre “lo vivo y lo imaginado”, entre el escenario alimentado por nuestra imaginación y el real, se alojaba la decepción.
5. En fin, confío en que la lectura de este fragmento hasta despertado en los lectores la dulce evocación de otros momentos similares. Posiblemente todos los hemos vivido con mayor o menor intensidad. Algunos de estos momentos que dejan huella (e incluso pensamos aquello de ¡ qué felices éramos cuando no razonábamos tanto!).
Lo que nos dejan claro, es que por mucho racionalismo, neurología y avances científicos, la mayor revolución mental y emocional del ser humano no la ocasionan los galardones, el deporte o la religión, sino las emociones palpitantes cuando el corazón entra en juego.
Y si se ha tenido el regalo de vivir esos momentos (o sobrevivirlos), bien está recordarlos y confirmar por el retrovisor de la memoria siempre nos alimenta y nos recuerda que, mas allá de facturas, tecnología y prisas, somos humanos en el sentido mas grandioso de la palabra.
6. Pero para enlazar con el comienzo y finalizar con una nota de humor, en una entrevista reciente Michael Caine señaló la clave de la duración de su matrimonio hasta la fecha con Shaquira:
“El secreto de un matrimonio es tener dos baños. Nunca podrías compartir un baño con una mujer y acabar arrinconando en una esquina tus cosas de afeitar y aseo personal”.
Y cuando el periodista le pregunta como se siente a los 82 años responde:
“Considerando la alternativa, es fantástico”.