Ayer regresé de un viaje aéreo desde Málaga y tras someterme en el aeropuerto a esa vejación impune del siglo XXI que es el striptease de cuerpo, maleta y ordenadores en el arco metálico de entrada a la zona de embarque pude ver una pareja abrazándose y besándose al otro lado, seguramente antes de que uno de los dos traspasase la “alambrada” de la zona de embarque.
Me reconfortó con la especie humana el que en medio del caos organizado de familias, trolleys, turistas, guardas jurados y algún que otro despistado haciendo colas que no le correspondían, aquella pareja (ella jovencita y él menos jovencito) se afanaban en darse una transfusión amorosa con besos y caricias. Y llamaba la atención…Ya lo creo.
1. No pude menos de preguntarme si se trababa de una pareja de recién casados, aunque lo descarté porque no suele ser compatible con una separación tan pronto después de su matrimonio. Quizá eran amantes, aunque también lo descarté porque ambos estaban completamente ajenos a vigilancias y cautelas, sin importarle miradas, como si sólo le importase su pareja, por lo que lo descarté.
Supuse que eran novios separados por trabajo a juzgar por el trolley frío del varón, no ajustado a las mochilas de colorines o maletas con etiquetas del turista accidental. Y además muy enamorados, porque hay muchos tipos de besos, pero aquellos eran besos desbocados, ansiosos, de gatos en celo y celosos del entorno.
2. Pero lo que me gustó sobre todo fue la indiferencia al entorno. Daba igual que pasasen viajeros, guardias o loteros. Los dos fundidos y además el viaje debía ser por largo tiempo porque no daban tregua. Una burbuja dentro del tumulto del aeropuerto.
O se habían quedado enganchados con un piercing en la lengua que todo cabe. O puestos a suponer, quizá le pasaba el aire que le faltaba a los pulmones. O era un concurso o la cámara oculta. Pero no. Lo más probable bajo el criterio científico de la Navaja de Ockam, que lo que parecen las cosas y es más natural y habitual, probablemente sea lo cierto. O sea, lo más simple es la explicación correcta: estaban enamorados. Y lo demostraban, vaya que si lo demostraban. O habían sido muy felices antes o esperaban ser muy felices después. O quizá, felices antes y después, lo que es la bicoca emocional.
3. Por eso, la magia del instante era contagiosa. Especialmente en estos tiempos en que lo material domina. En que las noticias televisivas son crueles, inquietantes o egoístas. En que la cortesía parece haber tomado vuelo hacia Beluchistán.
En que se habla más de sexo que de amor. En que hay personas que se avergüenzan de confesar su amor porque ahora se llevan otras cosas (“amigovio”, amigo con derecho a roce, etc). En que la rotación amorosa acaba con el romanticismo.
4. Y deseé que aquello fuese contagioso. Que se prodigase en el aeropuerto, y fuera de él. Porque si vemos gente feliz, confiada o enamorada, todos seremos más positivos y menos desconfiados.
5. No quise mirar a la bola de cristal por si un año después quizá la despedida fuese un frío y ritual beso en la mejilla.
O quizá no hubiere tal despedida y él fuese solo y cabizbajo arrastrando el trolley.
Quizá romperían o quizá incluso podrían rehacer su vida amorosa con otras nuevas parejas e incluso a lo mejor, serían tan civilizados que podrían despedirse simultáneamente con retozos en el mismo aeropuerto.
6. Sin embargo, me dio tiempo a vestirme y recoger mis cosas, al otro lado del control, mientras les observaba, y aquéllos besos y abrazos eran interminables. Tuve el pálpito de que aquello era como las trufas, un amor auténtico y valioso, aunque escaso en los tiempos de prisa y frivolidad que corren. Y es que aquella pareja, con tanto arrumaco y concentración posiblemente si el vuelo se demoraba, levitarían.
7. No me quedé a ver el final, pero apostaría a que uno de ellos se iría caminando hacia el arco metálico mientras que ella se quedaría mirándole triste. Él se volvería a mirarla y ella se lo comería con los ojos. Quizá agitasen las manos con ese cruce de alegría y tristeza del momento.
Luego quizá un vacío inmenso, que se hace mas grande en un aeropuerto. O vienen a la mente palabras que debían haberse dicho y se pospusieron (claro que para eso están los móviles).
E incluso puede que en su fuero interno rogasen que se cancelase el vuelo para posponer la compañía.
8. En fin, como si fuera una película, me hubiera encantado ver la recepción en el aeropuerto cuando regresase de su vuelo el chico. Seguro que ella estaría allí esperándole, con su mejor vestido, gala y maquillaje. Y a él le faltaría tiempo para corretear con su maletín hacia sus brazos. Eso es el amor. Y quien lo ha vivido lo sabe.
Otra cosa es que son fenómenos escasos y que se atesoran en la memoria y sirven para recrearlos. A otros nos queda el placer de superar esos absurdos controles aéreos.