Ayer regresaba en coche como pasajero con Antonio Arias mientras su hijo conducía desde Coruña hacia Asturias y en medio de la ventisca, de noche y con niebla.
Cuando nuestro vehículo adelantaba un enorme camión de Coca-Cola, observamos aterrados que se nos echaba encima e invadía peligrosamente nuestro carril, lo que provocó la hábil respuesta de nuestro joven conductor frenando y tocando la bocina, durante unos instantes que fueron de interminable zozobra.
Superado el angustioso trance no podemos menos de reflexionar sobre lo fácil que resulta que en un instante, sin comerlo ni beberlo, se trunque la felicidad o tranquilidad por el azar o la desgracia que se cruce en nuestro camino.
Si el conductor de ese camión fuese un poco mas despistado todavía o el nuestro no tuviese los reflejos propios de la juventud (y no digamos si ambos consultasen de soslayo el móvil al conducir), quizá ahora no estaría usted leyendo este post, algunos recordándonos de corazón, y otros mas pragmáticos comentarían frívolamente que existían dos nuevas vacantes en la función pública.
El enorme camión de Coca-Cola me recordó instantáneamente el camión agresivo de la película de Steven Spielberg (El diablo sobre ruedas, 1971) y la cruel paradoja de que el nuestro casi apaga “la chispa de la vida”.
Con ello, como los ordenadores que se resetean, quizá todos deberíamos de vez en cuando apearnos de ese horizonte de plácida vejez que damos por seguro y pensar con mas realismo que comodidad, que las siete vidas de gato que tenemos se van agotando, y no depende de nosotros.
A veces estamos en el momento equivocado en el lugar equivocado, y nos atropella un coche, o nos ataca una bacteria al hacer turismo en lugares lejanos, o algún psicópata cree que le “miramos mal”, o hacemos deporte y llevamos vida sana hasta que un día el médico no se explica como el maldito cáncer se ha convertido en nuestro inquilino.
En su día ya recomendé que no debemos esperar una enfermedad grave para reorientar nuestra vida, y que debemos convertir en lo posible este “valle de lágrimas” en “valle de alegrías”. Sé que es fácil decirlo y muy difícil conseguirlo, pero siempre tengo presente la frase de John Lennon: “La vida es eso que pasa, mientras haces otros planes”.
En fin, afortunadamente, nunca mejor dicho, mi amigo Antonio y yo seguimos en la carretera, como la piedra rodante de la canción de Bob Dylan, cuya letra recomendaba el tópico de “ser tu mismo” para añadir que “depende solo de ti”. El reloj no se detiene.
Pocas veces he disfrutado tanto poniendo un «me gusta» en un post, socio.
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Os recomiendo «Sully», crónica excelente de una experiencia hermana.
En ambos casos, el vuestro y el de la película, el final feliz se debió a la pericia y reflejos del conductor/piloto que parece que brillaron a gran altura (alguno lo debió en aquel caso pasar bastante mal si conocía lo que dijo Gila sobre «el día del piloto»).
Al final una experiencia más.
Un saludo y me alegro por los dos.
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¿A quien se le ocurre abandonar La Coruña el viernes cuando ocurría esto?: http://www.fundacionbarrie.org/sorolla
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