Es curioso pero hemos convertido las vacaciones de semana santa en un carrusel de vértigo. Planificamos tiempos y lugares, restaurantes y alojamientos, visitas y procesiones y no nos damos un respiro.
Algunos regresaremos más agotados de las vacaciones, ya que en mi holganza bañezana cumplo tareas de porteador (de niños y mayores), jefe de mantenimiento (reparo, pinto y agujereo paredes y cachivaches tras el invierno), banquero (financio cuchipandas y vicios de la prole) y recadero (voy y vengo en pos de churros, pan y otras delicias para sustento del clan).
Pero estas breves vacaciones he confirmado que no todos valemos para todo, pues afronté sin manual ni youtube, la complejísima labor de arreglar un pinchazo de la bicicleta de mi hijo mayor y la sabiduría zen me inundó, lo que quiero compartir. Pasen y vean
Dediqué media hora a desmontarla (¡Vale! No puedo engañarles, fue bastante más); eso sí, como atenuante no tenía otra herramienta que unas manos torpes y dos destornilladores desiguales.
Aproveché para lesionarme un dedo (por intentar la difícil tarea de sacar la cubierta manejando los dos destornilladores).
Luego busqué el poro de la llanta hundiéndola en un cubo de agua a la búsqueda de burbujitas delatoras (otro truco que le debo a mi padre en la infancia).
Utilicé un pegamento de un bazar chino que me dejó pegado todo menos el parche (además de comprobar que el taponcito debió salir huyendo porque nadie lo ha visto en la comarca).
Finalmente como la apariencia en la llanta del parche con hilillos de pegamento era como una miniatura de un gato aplastado en la carretera, rodeé el lugar reparado con varias vueltas de cinta americana dejando la llanta convertida parcialmente en una momia.
Una vez derrotada la avería y solucionado el problema, la hinché (con un compresor, ya que las bombas clásicas requieren un fuelle del que ya carezco) y la instalé (lo que también tiene su mérito de equilibrio porque según se mete la llanta en la cubierta se va saliendo por otro sitio, y el pitorro de la misma tiene vida propia). Y lo conseguí, con la dicha del astronauta que consiguió plantar la bandera en un pedregal lunar.
Llegó el momento cumbre. Llamé a mi hijo y orgulloso le mostré la bicicleta con su rueda flamante. Me dio las gracias efusivamente (un “vale, papá” que bien estirado con mi imaginación podía significar un “gracias, querido padre, por sacrificar tanto tiempo en algo que no sabes para que tu hijo que llegó a las cinco de la mañana, siga haraganeando”).
Le indiqué con gesto de experto que esperase diez minutos para que se estabilizase el arreglo y que luego podría utilizarla (lo de estabilizar el arreglo, se me ocurrió porque suele ser lo que recomiendan cuando escayolan un brazo, pero más tiempo).
Entonces me senté en el patio satisfecho de la labor cumplida. Eleve los ojos al cielo azul castellano, dejé colgar los brazos desmadejadamente, estiré las piernas y me sentí como Dios el séptimo día tras la creación.
Y debió ser algo parecido al creador porque transcurridos unos instantes por un presentimiento me acerqué a mi obra, palpé la rueda de la bicicleta, y… ¡estaba desinflada!. Como nuestro mundo, que nos lo entregaron nuevo y está desinflado.
Me temo que tiene mas fácil solución mi llanta que nuestro globo terráqueo.
Y con ello también confirmé mi habilidad legendaria para montar muebles de Ikea y piscinas.
¡Disfrutad el resto del descanso!
Los burócratas estamos acostumbrados a que los problemas en la Administración se resuelvan solos y claro …. oye, para mi que ese pegamento chino era un cuento ídem. ¿Donde quedó aquel viejo UHU de tus cartulinas escolapias?
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EStimado chaves:
Yo, que también soy muy patoso, en esas ocasiones, opto por comprar una válvula nueva o ir directamente a un taller de reparación. Nada más engorroso que intentar arreglar un pinchazo de bici. Feliz fin de vacaciones
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Cierto, pero si toca jueves y viernes santo de fiesta por medio para los talleres, como fue el caso, pues un pobre padre tenía que intentarlo. Saludos
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De Robert. Pirsig, este libro me lo recomendó mi profesor de griego en COU y la verdad, en aquellos ya lejanos 17 años me conmovió pero también me armó de aire de invencibilidad que quizás, sólo tuve en ese momento, tras aprobar la selectividad.
Hace casi 20 años desde mi última conversación sobre este libro. Me has dado un buen motivo para volverlo a leer.
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