Eso pensaba mientras escuchaba perplejo el altavoz del aeropuerto de Valencia cuando anunciaba el retraso de una hora de mi vuelo hacia Madrid, lo que suponía que perdería el enlace con el siguiente vuelo hacia Asturias.
O sea, noche en Barajas y madrugón para tomar el primer vuelo hacia Oviedo, lo que suponía que el vuelo con escala que se anunciaba con una duración total de 4 horas pasaban a ser 16 horas. ¡Iberia se había convertido en el señor y amo de mi vida y mi tiempo!
Sin embargo, bien por flema asturiana (quizá lo da el sano hábito de la sidra con fabada que alivian cualquier dolencia), o bien por un ramalazo budista adolescente, me esforcé por controlar la irritación e intenté convencerme que no era un castigo divino ni una desgracia en mi vida. Veamos mis divagaciones y desventuras…
Se trataba de fomentar lo que el poeta John Keats calificaba como la virtud humana de la capacidad negativa, expuesta en sus Cartas enviadas a sus hermanos en 1817, como habilidad para sobrevivir, con lucidez y sosiego en medio de la incertidumbre e infortunio, sin dejarse llevar por “una búsqueda irritada” de razones; y es que el poeta señalaba que a veces no merece la pena luchar contra dudas y misterios sino mejor dejarse llevar por la situación, aceptarla e incluso disfrutar.
Primero pensé que siendo el retraso debido al vuelo que debía venir a recogernos a Valencia, que a su vez venía retrasado, quizá se debiese a una emergencia (combustible, turbulencias, fallos técnicos, etc) y por tanto entraba dentro del infortunio que debemos soportar todos. También pensé que quizá el precio que los pasajeros debíamos pagar por la gran oferta disponible de vuelos era lo apretado de la agenda de tránsitos.
También jugué con el argumento tremendista… ¿quién me dice que el vuelo que perdí de Madrid a Oviedo no estaba llamado a sufrir un percance?, ¿Y si por subir al avión perdido me hubiese caído aparatosamente de la escalerilla?… Ambas hipótesis las deseché rápidamente, no solo por razones estadísticas, sino porque tampoco tenía asegurado que no pasasen en el vuelo que finalmente tomaría.
Decidí sacar lo positivo del naufragio. Al menos Iberia compensaba esa noche con el hotel y la cena, y un autobús gratuito hasta el hotel. Tampoco es que fuese un acto de generosidad sublime porque dejarnos en la terminal compuestos y sin avión sería hasta delictivo.
Algo es algo. Claro que estar al filo de la medianoche, en el páramo del pueblo cercano de Barajas a quince minutos del aeropuerto, rodeado de otros pasajeros con rostro de estreñimiento no me hacía mucha gracia. Sin embargo, nuevamente tenía que evitar la irritación y aceptar lo que venía. Al fin y al cabo la compañía se esforzaba en poner remedio a lo que ocasionó. Y bien está rectificar y perdonar.
Al fin y al cabo solo me había privado de 16 horas de mi vida, y me había brindado la experiencia de estar dos horas con el corazón en vilo hasta confirmar si llegaba a tiempo o no para el enlace, y puso a prueba mi corazón trotando por la terminal con una maleta por si llegaba a tiempo… y además lo perdí… ¡por diez minutos!, pues pude verlo despegar, lo que agrava el sufrimiento psicológico por aquello de estar a punto de pillarlo. Aquí aprovecho para agradecer la sensibilidad al tipo gordito y al chulito de traje que se movían con parsimonia en el pasillo del avión bloqueándome el paso mientras yo intentaba abrirme paso para salir y llegar a la puerta de embarque.
Todo lo puedo comprender. El retraso del vuelo, la tensión de la espera, las colas en el mostrador del cliente para buscar vuelo alternativo, las colas en el hotel con otros damnificados, e incluso el sentarme a cenar en ese comedor de hotel que tenía la alegría de una cafetería de tanatorio.
Pero lo que no puedo aceptar, lo que no tiene justificación es el menú ofrecido como cena en el hotel (por cierto, a ritmo de samba porque eran ya las 23,30 y a las 24,00 cerraba el comedor).
De primero ensalada “al gusto” (o sea al gusto de las cuatro cosas que se podían mezclar) y de segundo, pollo empanado o merluza rebozada, los platos estrella de los menús del día barato, ideal nutritivo y ajustado a los paladares mas exigentes; eso sí, de bebida agua o copita de vino, con un postre de yogur o pieza de fruta o tartita (los diminutivos no son licencias expresivas sino descriptivas).
Y digo que no puedo aceptarlo porque puede comprenderse el retraso del avión que se debe a variables no queridas, pero la compensación del daño moral del retraso, que te cambien tu vida, tu estancia con tu familia, el valor de tu tiempo, tus planes al garete… y que por disculpa y compensación se limiten a ofrecer tamaña simpleza, me resulta indignante.
Es cierto que no debería indignarme con lo que es regalado, ni tampoco es que la comida sea mi pasatiempo favorito, pero insisto, se compensa el vuelo por otro vuelo, pero… la espera, la decepción, la privación del tiempo, las colas, el dormir en una habitación estilo zulo con rumor de aviones y alerta para despertar a tiempo… ¿no puede merecer un simple detallito?, ¿O un menú más vistoso sin delicatesen?.
¿A ningún preboste de Iberia se le ha ocurrido que cuando alguien está quejoso por el servicio se le podría facilitar en el hotel un librito, llavero, bombocitos, jueguito de pasatiempo del todo a cien, o detalle barato similar que relajase la tensión y convirtiese el enojo en comprensión?
Lo que ya es de risa, es la tarjeta que Iberia entrega a los que han perdido del avión para compensar el retraso donde dice el alcance de la compensación de la siguiente guisa, para evitar reclamaciones o abusos: Una noche de hotel, trasporte hasta el hotel, cena y café de desayuno… ¡¡Y una llamada!!. ¡¡¡Una llamada!!! Como el derecho de los detenidos en Estados Unidos… derecho a una llamada a escoger, al abogado, al familiar…
Claro que pensándolo bien esto es lo más coherente con la situación carcelaria padecida porque todos los damnificados haciendo cola para nuestra tarjetita en el mostrador de atención al cliente, haciendo cola en el mostrador del hotel y almorzando separados en silencio en cada mesa, éramos lo mas parecido a la población reclusa. Tal vez, se ajustaba a nuestro crimen de confiar en la compañía aérea, pero desde luego que aquel menú no era la última cena al gusto del condenado a muerte. No, señor. Y para mas inri, la noticia de la semana anterior era que Iberia era la compañía más puntual del mundo. ¡Qué ironía!
Por fin, conseguí tomar el avión al día siguiente y no pude menos de sonreír cuando el comandante por el altavoz próximos a aterrizar nos agradecía que hubiésemos elegido Iberia y que el viaje hubiese sido agradable. Tiene gracia.
Pero en fin, posiblemente como se dice en el Quijote, la sinrazón tiene razones que la razón no conoce.
Hoy, lo confieso, me he levantado sin sonrisa. La recuperé al leer su artículo. Y conforme lo hacía, además de notar como se mudaba mi expresión, no podía dejar de imaginármelo recitando este personalísimo monologo sobre la desventura sufrida en el Club de la Comedia. Reciba mi aplauso y agradecimiento.
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Vaya, sí que lo siento.
La impuntualidad de Iberia te fastidió el día.
La verdad es que todos los vuelos de por la tarde que he cogido este año (3) han salido con retraso. Afortunadamente no eran de enlace.
Visto por el lado positivo, te provocaron otra entrada divertida en tu blog.
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¡ gracias, Antonio! Fuiste un gran anfitrion
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