Me entero de que Donald Trump resucitará la política espacial y financiará significativamente los programas aeroespaciales para colocar estaciones permanentes en la Luna, para llegar a Marte y para avanzar hacia un escudo de meteoritos.
Y ante tamaño anuncio, como asturiano de a pie que intenta llegar a fin de mes, que se asombra al mirar el firmamento y sufre escalofríos cada vez que el Presidente americano estornuda, me quedo preocupadísimo. Veamos…
1. Si el país más poderoso del mundo siguiendo las directivas de su Presidente, recorta ayudas para evitar el calentamiento global y en programas de ayuda social y sanitaria a su propia población, y se embarca en financiar una especie de “escudo de meteoritos”, algo me dice que estamos ante una alarma seria y que lo que las películas de ciencia-ficción contaban de posible impacto de meteoritos sobre la tierra con funestas consecuencias para el ecosistema y la vida, puede hacerse realidad a corto plazo (ya que parece que a Trump solo le importa ese “corto plazo” y no las generaciones venideras). Que se lo digan a los dinosaurios.
Es curioso que Trump difunda su interés por la política aeroespacial inmediatamente antes del próximo 16 de Diciembre de 2017, ya que esa medianoche el asteroide Faetón pasará peligrosamente cerca de la tierra.
2. Me sorprende dedicar tan ingentes recursos a explorar el espacio exterior, cuando existen cien mil millones de galaxias, repletas de sorpresas, y mejor sería conocer lo inmediato, porque pocos saben que del interior de la Tierra sabemos su composición gracias a volcanes, terremotos y técnicas de magnetismo, pero el ser humano solo ha conseguido “hacer un pozo” de 13 kilómetros en la península soviética de Kola (los rusos, que abandonaron la labor por las grandes presiones, elevadísima temperatura y dificultades técnicas). Y eso que el radio hasta el centro de la tierra solo cuenta con 6370 km, pero a los 3000 km -o sea la distancia por carretera de Madrid a Atenas- parece ser que la temperatura es igual a la propia de la incandescencia del Sol (¿habrá vida, el infierno, otro universo?). En fin, nos quedamos con lo que aventuró Julio Verne en su novela Viaje al centro de la tierra, así que quizá sería mejor explorar las sorpresas que podemos encontrar a nuestros pies, sin ir tan lejos en el espacio.
Aunque cabe ser malpensados y suponer que este impulso estadounidense a la política espacial realmente pretenda cumplir estrategias militares, esquilmar posibles minerales o programar viajes de recreo para quien pueda pagarlos. Y si fuera para esto, mejor dejar los astronautas en casa, e invertir en programas sociales, sanitarios y medioambientales.
3. Además hace poco leía el espléndido libro de amenísimos ensayos de José Ramón Alonso, Fantasmas del cerebro y otras historias de la ciencia y la mente (Editorial Guadalmazan, 2017), cuyo apartado sobre Astronautas, cosmonautas y marcianos, expone que los viajes espaciales al ser humano producen daños conocidos como “la pérdida de masa ósea y la atrofia muscular, pero también se han visto problemas de descompresión, barotrauma, inmunodeficiencia, cambios en el sistema circulatorio, desorientación, pérdida de equilibrio, dolores de espalda, alteraciones del sueño y daño inducido por radiación”, pero por añadidura estudios serios y recientes –la Revista Radiology y otros de la Nasa– demuestran que los astronautas por el solo hecho de estar sometidos a condiciones de microgravedad en sus naves, experimentan lesiones y daños neurológicos (la acumulación de fluidos en la cabeza), lo que demuestra que no estamos preparados para salir fuera de nuestro “barrio terrestre”.
4. No me parece prudente seguir en esa carrera buscando “vida inteligente” en otros planetas. Creo sinceramente que las probabilidades de que la vida haya brotado y la evolución haya tomado derroteros similares a la tierra hasta que existan seres con mismas inquietudes o grado tecnológico o comunicación, son infinitesimales por no decir imposibles.
En esas condiciones, la exploración espacial de signos de vida es un gasto inútil y que mejor se haría en emplearse en garantizar la vida actual frente al hambre y la salud. Además tal exploración de vida es una actividad de riesgo, como quien se adentra en la jungla esperando saludar a los animales y tomar el té. Si no hay vida inteligente o la que hay es inferior a la terrícola, nada nos aportarán. Si hay vida inteligente y la que hay es superior a la terrícola, nada les aportamos y nada les importará nuestro mundo, nosotros ni nuestra buena fe. Creo que la parodia de la película Mars Attacks deja el poso de una verdad incómoda: no se puede ir por el espacio sideral como Bambi en el bosque.
5. En suma, que me siento como el Duque de Alba cuando le preguntó Felipe II en que condiciones climatológicas consiguió la victoria en una batalla en Flandes, a lo que replicó algo así como que en el fragor de la lucha “le ocupaban tantas cosas en la tierra que no podía mirar al cielo”.
Y es que realmente creo que existen tantos problemas e incertidumbres en el contexto que nos ha tocado vivir, que mejor estaría ocuparnos de este mundo antes de asomarnos a otros, y por decirlo claro, dentro de nuestro mundo cotidiano, hay otros mundos como las muñecas rusas, el mundo de internet, el mundo de nuestro inconsciente, el mundo del medio ambiente global, el mundo de la espiritualidad, el mundo de las relaciones sociales que se enfrían y frivolizan, el mundo tenso entre egoísmo y solidaridad…
O sea, hay mucho y muy cercano para explorar y conocer… por lo pronto, conocernos a nosotros mismos…
En vista de lo que observo y leo en las redes sociales, creo que el libro que recomiendas sería un estupendo regalo navideño de «empresa» para el personal y dirección de muchos lugares… y puestos a pedir, el libro debería ir acompañado de unos billetes para ocupar asiento en el próximo cohete espacial, a lo ruso, para completar la experiencia. !En mi opinión sería genial! Saludos
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