Solemos utilizar la expresión “caerse del nido” (similar a la de “caerse del guindo”) para referirnos a la inocencia o candidez que mostramos ante algunas situaciones de la vida, en que las cosas no son como creíamos ni somos tan listos como pensábamos.
Ayer paseando por un barrio de Oviedo, con poca gente como es propio del verano, me tropecé con un pequeño gorrión caído a unos centímetros del bordillo, piando y aleteando. Estaba indefenso y solo. Lo cogí y lo coloqué en un jardín. Pero al estar demasiado expuesto a la vista de los peatones, lo volví a coger y lo coloqué mas adentro, lejos de la vista y de otras manos quizá menos pacíficas que las mías.
Me quedé esperando y observando, en mi inocencia, si la madre o padre del pajarito piaba o acudía. Nada se movía. Y entonces me percaté del problema.
Había cambiado la historia.Mi historia porque había recibido mi dosis de tranquilidad personal de forma gratuita. Me sentía como el buen samaritano. ¡Y gratis! No sobran las buenas acciones, incluso al estilo de Francisco de Asís, por si en algún sitio se cuentan. Al menos no penalizan, seguro.
Más había cambiado la historia del pajarito. Quizá donde estaba originariamente quedaba bajo el control de sus padres y ahora ya no. Quizá donde estaba ahora asustada la pobre criatura, se quedaba alejado de viandantes pero cerca de gatos u otros depredadores que tendrían su tierna merienda. O quizá lo había sacado prematuramente de la vía pública donde otro viandante con mejor idea o atenciones que yo podía haber salvado la vida del pajarito llevándoselo a su casa.
O quizá había cambiado la historia de algunos gatitos que recibirían tierna pitanza. También había cambiado las impresiones y conductas de los jóvenes peatones que seguramente si se lo encontrasen harían un selfie con él para inundar las redes sociales antes de abandonarlo.
Todo esto que pensaba, como mente calenturienta por los rigores veraniegos, me recordó la fábula del pajarito que gustoso comparto con quienes no la conozcan. No se la pierdan.
En el frío invierno un pajarito se cayo del nido y como no sabía volar se dedicó a piar buscando ayuda o llamando a los suyos.
Una vaca que por el campo se hallaba, escuchó un lastimero “Pío, pío, píooo, píoooooo…”. La vaca pensando que el pajarito tenía frío y que estaba demasiado a la vista de otros animales peligrosos, defecó encima del pajarito para ocultarlo y brindarle calor.
El pajarito envuelto en la boñiga, ya calentito, siguió piando para llamar a sus padres, “Pío, píooo, píooooo…”, y un gato al escucharle acudió rápidamente, escarbó entre la caca de la vaca, cogió al pajarito entre sus dientes, lo llevo al río, la lavó y cuando estuvo limpito se lo zampó de un bocado.
La fábula tiene una triple moraleja, y disculpen lo escatológico:
- Primera. No todos los que te mandan a la mierda son tus enemigos.
- Segunda. No todos los que te sacan de la mierda y dicen ayudarte son tus amigos.
- Tercera y mas importante. Mientras estés cubierto de mierda… ¡no digas ni pío!.
Esta fábula o chiste se pone en boca de Jack Beauregard (Henry Fonda) en el spaghetti western de mi infancia “Mi nombre es Ninguno” cuando advierte al joven impetuoso Ninguno (Terence Hill): “las personas que te ensucian no siempre intentan hacerte daño, y las personas que te sacan de un aprieto no siempre intentan ayudarte”.
O sea, siempre alerta que lo vivo puede ser distinto de lo pintado, ya que recordemos no hay nadie tan malo que no tenga algo bueno, ni tan bueno que tenga algo malo, sin olvidar lo difícil que es etiquetar a alguien como bueno o malo.
En fin, quede constancia de la anécdota y la fábula o chiste como apropiada al verano, para recargar la pilas de prudencia.
¡Muy buena la fábula! Procuraré no perderla de vista… 😀
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En Málaga utilizamos el término gurripato -deformación de la palabra gurriato- para designar a la cría de gorrión. Pero también llamamos gurripatos a los soldados de Aviación. Las explicación histórica es la siguiente. En plena Guerra Civil se instauró en Málaga una escuela de especialistas del ejercito del aire en el popular Barrio del Perchel. Como los cursos eran muy intensivos, pues se les formaba para enviarlos al frente lo antes posible, los soldados no tenían tiempo para nada. Ello les llevaba a asomarse a las ventanas de la escuela para al menos «mirotear», entre clase y clase, la vida de la calle. En el Barrio se comentaba que parecían “gurripatos mirando desde el nido”. Desde entonces se comenzó a llamar gurripatos a todos los soldados de aviación. Por ello, no es de extrañar que a Asociación más antigua de Veteranos del ejercito del aire se llame «Asociación de Gurripatos de Málaga».
Lo verdaderamente importante de la experiencia que nos narra, mas allá de las dudas que con ironía socrática plantea, es haber tomado la decisión -de ayudar al desamparado gurripato- y no tanto su -desconocido- acierto final. O, dicho con otras palabras, lo esencial es confiar en nuestro propio poder de elección -para actuar o inhibirnos- aunque sepamos que no somos infalibles.
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