Hace dos días tuve que hablar en público y descubrí con sorpresa que estaba afónico. Forcé la voz y el resultado fue que al día siguiente tenía afonía total. Me desperté y ningún sonido salía de mi boca. Intenté aclarar la garganta, toser y forzar un sonido ante el espejo. Nada de nada. Una inflamación de las cuerdas vocales que impedía que vibrasen para formar mi voz, se entrometía en mi vida diaria.
La experiencia de este enmudecimiento forzado me enseñó mucho y me gustaría compartirlo.
Lo primero, me di cuenta de que al hablar con un hilillo de voz susurrante, los que me escuchaban tendían a contestarme en voz igualmente bajita y además despacio. Cosa curiosa porque yo no tenía problema para oír ni entender sino para hablar.
También me agradó la comprensión de todas las personas pues automáticamente me decían aquello de “no hables”, “no fuerces la voz”, “toma miel con limón”, agua a tope, etc. Y miraban con pena mientras yo correspondían con mirada de pajarito enjaulado.
Sentí la impotencia al pagar a la cajera del supermercado, quien me preguntó si quería bolsa. Opté por asentir con la cabeza, esbozar una sonrisa y utilizar el índice para marcar una unidad. ¡Bienvenido a la comunicación gestual!
La afonía me demostró también lo difícil que es poner orden en las trifulcas de mis hijos pequeños sin gritar, mas bien, sin alzar la voz. Y ello porque cuando discuten y están ofuscados en defender su posición, llega un momento en que la fuerza de la amenaza o arbitraje obligatorio, reside en la energía y volumen que se profiere.
Quedó clara igualmente la utilidad de las nuevas tecnologías; en vez de hablar se incrementaron mis guasaps y emails, y además en la pantalla de mi iPhone puse una foto que mostraba el aviso: “Lo siento, afonía total”. Con ello evitaba la paradoja de que para explicar que estaba afónico, tener que hablar forzando la voz, y así que en vez de explicarme por ejemplo, al pedir el café, le exhibí al camarero la pantalla, y me sentí como Cristóbal Colón mostrándole espejitos a los indios para calmar los ánimos.
Lo mejor fue que, al tener que contenerme y callarme para evitar forzar la voz en las situaciones cotidianas, me di cuenta de lo prescindible de mucho de lo que pretendía decir. Y es que no hay obligación de hablar, ni decir ocurrencias o lo primero que te pasa por la cabeza. Mejor hablar poco y bien que mucho y disperso.
Y como no, al intentar explicarme cuando no tenía mas remedio, a las pocas frases me quedaba agotado y sin aliento. Entonces recordé el sabio dicho popular: “solo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos”.
Todo eso me enseñó la afonía que se cruzó en el camino, en mi caso literalmente, pues la responsable fue una larga caminata por un sendero de un monte sometido al frío húmedo del anochecer, sin ir debidamente abrigado, por necio optimismo espartano.
Así, sentí la privación transitoria de una herramienta vital. La voz. Ese medio de expresarnos, de hablar, de enriquecer nuestro discurso, de comunicarnos con los demás.
Es más, en mi caso podía haber tenido efectos catastróficos, propios de la teoría del caos (“el aleteo de una mariposa en Brasil puede ocasionar el tornado en Tejas”) ya que este sábado me ilusionaba participar como maestro de ceremonias de un matrimonio de una pareja de amigos, y efectuar presentaciones, discurso incluido, toma de consentimiento, lectura de obligaciones y coordinar tan importante celebración en presencia de numerosos invitados. Por eso, ayer estaba aterrorizado ante esa afonía que provocaría un impredecible perjuicio a inocentes, pero afortunadamente a base de beber agua, tomar miel, propóleo, jengibre y ruegos fervientes, me he repuesto y se consumará el evento con mi voz a punto… a punto de estar aceptable.
Y colorín, colorado, la moraleja es que debemos valorar más las pequeñas grandes cosas que tenemos. El regalo de la voz.
Nuestra sociedad se encuentra aquejada de otro tipo de afonía. Aquella que tiene que ver con la falta de difusión de valores, comportamientos y actitudes que nos mejoran como personas y permiten alcanzar un verdadero bienestar colectivo.
Sea porque se prioriza a la masa sobre la persona. Bien porque se acalla a ésta y se la considera como un mero individuo que consume. Ya porque todo se centra en consumir y funciona con patrones de consumo (impulsivo, irracional, irresponsable e innecesario). Lo cierto es que el respeto, la tolerancia, la bondad, la solidaridad, la amistad, la honestidad, el amor, la justicia, la honradez, el sacrificio y la libertad individual, han pasado a considerarse cosas menores (y viven en arresto domiciliario o libertad vigilada).
Puesto estos valores nos definen y dignifican como personas, son objetivamente positivos y nos facilitan una convivencia saludable, su ausencia en nuestra sociedad supone una grave afonía, cuyo tratamiento, para recuperar la voz hablada, requiere de reeducación de sus cuerdas vocales (entendidas como valores), memoria (de su existencia y razón de ser) y ejemplo práctico diario (de los mismos).
PD Qué haya pronta mejoría. Afortunadamente, además de su dormida voz, gozamos también de su voz escrita.
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